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viernes, 31 de marzo de 2017

BIENVENIDA



Vendió todas las letras del abecedario
Porque no le quedaban ideas.
Y tan enfrascado estaba en su búsqueda
Que se le desparramaron los números por el suelo.

Del viejo árbol aún pendían algunas ilusiones:
La esperanza, la alegría, la expectación…
Preludio de lo que estaba por venir.
Y, como no tenía letras, anunció la llegada de su amada
Con los números que pudo recuperar:

1,2,3… ¡Bienvenida, primavera!

Entonces… el semblante se le llenó de flores
y las ideas volvieron a brotar en su alma.

Bienvenida, por siempre.



viernes, 18 de octubre de 2013

LUNA ROTA

Luna de miel sublime con mi marido idílico. Desde que le conozco mi vida real es mucho más perfecta que mi vida onírica, no hay lugar a dudas: estoy profundamente enamorada. Me costó darme cuenta de ello. Tuvimos muchas citas, buenas películas, interesantes conversaciones que se prolongaban más allá del bien y del mal, tiernos y apasionados abrazos… Nunca pudimos prometernos lo mejor del mundo pero siempre quisimos darnos lo mejor de nosotros. Como un reloj que marca con precisión los segundos, los minutos, las horas… él bordaba -con el pulso del mejor sastre- mis sueños, mis anhelos, mis inquietudes… nunca supe que tenía un sueño hasta que le conocí a él.

Una mañana encontré una célebre frase de Oscar Wilde sobre mi mesilla de noche: “Si no tardas mucho, te espero toda la vida”. No tuve más remedio que rendirme ante ese amor paciente, leal, fiel… El sentimiento que todos quisiéramos experimentar tenía forma humana y pretendía abrazarme. Era más que Cupido, era amor en su estado más puro… aunque tangible, con un contacto cálido y reconfortante.

Y aquí nos hallamos, en el mejor lugar donde nos podemos encontrar. Ningún lugar como el Caribe para perderme en sus playas, ningunos brazos como los suyos para dejarme querer. Mis pupilas no han hallado mejores amaneceres que éstos: luminosos, nítidos, evocadores… los atardeceres se anuncian sosegados, a la vez que embriagadores y hechizantes. Sí, estoy hipnotizada. Mi amor me magnetiza, el entorno me seduce y me lanza imparable hacia el imán que constituye su cuerpo. Yo soy él y él es yo. Somos más que un amor tropical; poseemos el calor del trópico y la brisa del mar. Calor y frío, pasión y serenidad, corazón y alma.

El hotel que nos acoge es un pecado para los sentidos: lujo, confort, relax… Desde el amplio balcón observo un inmenso mar. Las olas mecen mis sueños y el horizonte los engrandece. Abrazada a él me dejo querer, me dejo mimar, me dejo llevar… sólo él me conduce por los caminos adecuados, esos que hacen que mi corazón explote pletórico. Somos uno, somos mar, somos brisa… somos lo que siempre soñamos ser.

Esta mañana es especial. Hoy hace una semana de nuestra boda. Hace ocho días nos entregamos el uno al otro oficialmente, aunque nuestros corazones ya se habían jurado amor eterno tiempo atrás. Hasta que la muerte nos separe nos dijo el cura, mientras yo esperaba que ésta sólo fuera el preludio de nuestra vida eterna, uno al lado del otro.

“Buenos días, mi amor” me ha susurrado al despertar, “no los recuerdo mejores”, le he respondido. Su rostro exhala paz, sus ojos desprenden ternura y su boca rezuma pasión. Declaro la guerra a su paz, incendio su ternura y tiento a su boca. Sus manos me buscan, yo me dejo encontrar y una vez más somos uno. Y, sólo entonces, deseo perderme en ese mar que se antoja infinito; por siempre con él. Las olas nos mecen al unísono…

De repente un inquietante ruido detiene nuestro mar en calma. Sentimos un fuerte golpe en la puerta. Unas voces nos sacan de nuestra comunión perfecta. La ternura desaparece de sus ojos y vislumbro miedo. Sus brazos cobijadores me abandonan relampagueantes. Y, por vez primera, me desampara…

Hay revuelo en el pasillo y por lo que podemos discernir un grupo de atracadores está asaltando el hotel. El miedo evoluciona y se convierte en instinto de supervivencia. La única salida posible es por la terraza. Estamos en un segundo piso, el descenso puede ser algo complicado pero no imposible, merece la pena intentarlo.

Nos dirigimos hacia el balcón. El es más ágil y decidimos que sea el primero en intentar descender para luego ayudarme a mí. Los nervios y la tensión del momento le juegan una mala pasada, casi resbala, pero entonces encuentra mis manos salvadoras que le vuelven a aferrar fuertemente a la barandilla. Le engancho a la vida porque él es el eje de la mía.

Llega mi turno. Me ofrece sus brazos y yo me lanzo a ellos como si de una tabla salvadora se tratasen. Soy torpe… pierdo el equilibrio y me abalanzo estrepitosamente contra su cuerpo. Logra asirse a la barandilla al tiempo que sus brazos, aquellos que minutos antes se erigían defensores, me abandonan. Y me desampara de nuevo…con un movimiento algo brusco desprende su cuerpo del mío y exclama: “cielo, ésta vez debemos hacer el viaje por separado. Intenta bajar por ti misma. Yo sé que tú eres capaz. Te estaré esperando con los brazos abiertos”.

Mi cara se desencaja al tiempo que veo como corre hacia la entrada principal del hotel. Con mi mundo derrumbado se caen mis ganas de luchar. Mi mente se bloquea, mi vista se nubla y mis piernas no reaccionan. Mi cuerpo se balancea, hacia delante y hacia atrás, al final me acurruco en una esquina del balcón.

“Mi amor, de nuevo juntos. Tranquila, todo ha pasado” Abro los ojos y le veo, aunque en realidad no se bien a quien miro. ¿Tengo frente a mí al hombre de mis sueños o a mi sueño transformado en pesadilla?, ¿Tengo enfrente unos brazos apasionados y protectores o unos fríos y traicioneros?, ¿Tengo frente a mí una luna de miel llena o una luna resquebrajada y rota? Todas estas cuestiones me asaltan la mente mientras noto su tacto. Me estrecha la mano con cariño, con fuerza; me da cobijo. Pero mi sangre ya no fluye por él. No logra dar el calor necesario a mi cuerpo el cual sigue frío como un témpano. Se ha roto algo en mí o quizás haya sido en él; puede que el lazo que nos unía se haya desecho. Cierro los ojos de nuevo e intento dormir.

Me despierta la voz de un médico. Me informa de que he sufrido un ataque de pánico y me recomienda reposo y calma durante un par de días. El viaje de vuelta a casa es largo y deberemos retrasarlo. El sigue junto a mi cama: impertérrito, sereno, impasible.

Nos trasladan a otro hotel. Igual de bonito, igual de caro, ¿igual de seguro?... no logro apartar ese sentimiento de pánico de la cabeza. Aquellos minutos interminables en la habitación, los golpes en la puerta, las voces, los gritos… pero eso es pura anécdota cuando se cierne sobre mí otro tipo de pesar: decepción, traición, desconfianza, recelo. Siento que el cielo estrellado del Caribe ha caído sobre mí, las estrellas se han volcado una por una y -casi sin percibirlo- se ha apagado la luz. El mar ya no es calmado y no me arrulla junto a su cuerpo, ahora está furioso y el oleaje amenaza con hundirme.

Entre nosotros no fluyen las palabras. El intenta dar la máxima normalidad a la situación e iniciar una conversación pero mi cuerpo no responde. El manantial de mi boca se ha secado: de ella ya no nacen mensajes, ha olvidado como se fabrican los besos y se susurran palabras de amor. Mi cuerpo y mi alma permanecen fríos, no hay calor humano que logre aliviarlos.

La noche es extraña. Nos acostamos en la misma cama. Dos cuerpos juntos pero separados por un mar de dudas. Otra vez el mar y su influjo…

Esa noche tengo pesadillas. Sueño que me abrazan: son abrazos candentes y suaves… estoy en la playa; de repente se levanta un fuerte vendaval y los brazos se tornan fríos y ásperos. Su contacto me molesta y siento desconfianza, noto que me empujan y caigo en un torbellino. Nadie puede salvarme y me dejo caer. De pronto me despierto sobresaltada. Él continua durmiendo, parece que no se ha dado cuenta de nada; es mi soledad la que me da cobijo.

Superado el shock inicial decido dar una nueva oportunidad a la vida. A bordo del avión, entre las nubes, estoy segura. Siento que floto y que se cierne un nuevo horizonte sobre mí. Sobrevuelo el mar inmortal y se vuelven imperecederas mis ilusiones. Y, entonces, soy libre.

En una habitación, de un hotel de lujo del Caribe, un hombre lee una nota: “Nuestra luna, llena de miel, se ha partido en dos. No encuentro adhesivo lo suficientemente fuerte para unir ambas partes. Atrás dejo tus abrazos, ahora ya rotos también. Me llevo conmigo mi media luna menguante. En esta ocasión también debemos iniciar el viaje por separado”.


La cortina de lágrimas le impide ver la noticia con la que abre el periódico matutino: “Falso asalto al Hotel César. Un grupo de estudiantes crea una falsa alarma en este hotel de lujo haciendo creer a sus huéspedes que estaban siendo víctimas de un atraco. Todo formaba parte de una gamberrada y sostienen que sólo pretendían asustar. Ningún huésped ha sufrido daños ni se les ha sustraído ningún objeto personal de valor pero el hotel lamenta y pide disculpas por los daños morales que se hayan podido ocasionar”.

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miércoles, 16 de octubre de 2013

EL TRINO DE LAS AVES

Sobre la mesa de la cocina reposaba la nueva ocurrencia de mi madre: una jaula antigua en la que había introducido tres pequeñas macetas. La jaula pertenecía a mi abuelo y, cuando yo era niña, la recordaba llena de pájaros. Fue rescatada del antiguo desván (de la casa del pueblo) y, ahora, tenía tres nuevos habitantes en su interior: más tranquilos, menos ruidosos, pero igual de coloridos.

Mi primer contacto con la jaula fue bastante inquietante, algo incierto y casi preocupante. En un amago de retroceder al pasado, y a mi niñez, la toqué con ambas manos y el columpio que dormía en su interior comenzó a moverse. Automáticamente mi mente empezó a piar sola, como si el simple contacto físico y visual con la jaula me hubiera conectado espiritualmente con sus antiguos moradores.

El día pasó pero los pájaros no cesaron de piar…

PIO-PIO PIO- PIO PIO-PIO PIO-PIO

… alborotaban mi mente, sacudían mi cuerpo e inquietaban mi espíritu.

Aquella noche soñé con todo tipo de aves: canarios, jilgueros, periquitos… y una jaula que se abría sola.

Desperté sudorosa de mi letargo y bajé a la cocina con las piernas renqueantes, el corazón exaltado y el vello de punta. Los oídos me zumbaban y según me iba aproximando el ruido se tornaba ensordecedor.

PIO-PIO PIO- PIO PIO-PIO PIO-PIO

Abrí la puerta y sentí un punzante escalofrío al contemplar como decenas de pájaros inundaban la estancia. No sólo se limitaban a piar… me contaban sus historias inconclusas, su fatídico regreso al presente y su deseo de descansar en paz.

Parecía que habíamos abierto la puerta del más allá y, ahora, sus almas erraban moribundas por mi cocina. Debía cerrar la conexión con ultratumba, que las almas descansasen y mi espíritu recuperase la paz perdida.

La jaula estaba abierta, el columpio en movimiento y las tres macetas (con su brillante colorido) ajenas al inverosímil espectáculo que acontecía a su alrededor. Me aproximé a ella e introduje la mano. Algo en mi vibró acompasándose con el movimiento del balancín.

Metí la otra mano y noté que las macetas estaban calientes, irradiaban un magnetismo abrumador. Las fui sacando una por una. Cuando tenía la última sobre mi mano el aleteo de un ave me la arrebató.

El suelo de mi cocina se llenó de hojas, tierra y pequeños huesecitos. Y, entonces, fue cuando caí en la cuenta… la tierra que habíamos usado para esas macetas era la que habíamos encontrado en una bolsa de la troje. Alguien enterró -años atrás- a los pequeños pajaritos, esos a los que a día de hoy, habíamos despertado de su sueño eterno. O daba paz a esas almas o mi pacífica existencia se volvería guerra.

El columpio seguía su balanceo. Los huesos incandescentes me quemaban las yemas de los dedos. En mi mente, sin descanso, se repetía:

PIO-PIO PIO- PIO PIO-PIO PIO-PIO


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lunes, 5 de agosto de 2013

EL SUSURRADOR DE SUEÑOS

- Son bellas, ¿verdad?

- Más que nada ni nadie.

- Brillan como ellas solas porque contienen el mayor tesoro del hombre: sus sueños. Cuando cada uno de nosotros anhela algo dirige su mirada a las estrellas para que ampare este deseo. Ellas acogen los sueños humanos, les dan calor y no dejan que el destello de la ilusión se apague nunca. Si alguien se rinde y deja de luchar por aquello que desea el brillo se intensifica para que la persona reaccione. Nunca abandones tus sueños, jamás. Sólo aquel que sueña lo imposible logra hacerlo posible, no lo olvides.

- A veces somos tan derrotistas que ni la luz más cegadora nos reconduce, abuelo.

- En esos casos las estrellas se enfadan mucho, se reúnen y empiezan a batallar por la no renuncia de los sueños, es lo que aquí abajo se conoce como “lluvia de estrellas”.

- La pena es que sean inalcanzables…

- Ahí radica también parte de su magia y su misterio. Esa sensación de lejanía las hace inmortales, rozan el infinito y se proclaman eternas. Son las reinas de la noche y del día porque le dan alas al amanecer y cuna al anochecer.

- ¿Abuelo, tú has logrado cumplir todos tus sueños?

- He llevado a cabo muchos de ellos. Con tenacidad e ilusión nada está fuera de nuestro alcance.

- Admiro la perseverancia que sobrevive en tus ojos.

- Quizás sea porque la esencia de los sueños que tuve de niño se quedó a vivir conmigo y se alojó en mis pupilas. Esa inocencia infantil y la ilusión por el día a día es lo que hace que la vida merezca la pena. Siempre hay que dejarse algún sueño en el tintero, los deseos pendientes nos dan alas…

- Hace muchos años que no teníamos una conversación así, desde que yo era niño y me subías en tus rodillas a contar estrellas. Aún recuerdo tus palabras: “Para que nunca me olvides yo pintaré estrellas para ti”.

- Hijo, esa frase está más vigente que nunca. Pronto estaré ahí arriba y dibujaré los astros más rutilantes para eclipsar tu mirada. No lo dudes.

- ¿Has visto eso? ¡Una estrella fugaz!


- Un guiño del cielo: tus sueños siguen su curso, no los abandones y ellos no te dejarán a ti.

- Allí, junto a la luna, hay tres estrellas que brillan mucho… ¿Qué crees que significan?

- Probablemente alguien se está rindiendo. Las estrellas brillan con fuerza y parecen decir: “tus deseos siguen pendientes. Quítate los miedos y reluce como lo hacemos nosotras. La luz atrae a la luz”.

- A veces nos apagamos porque nos faltan las fuerzas…

- Es ahí cuando hay que encender la lucecita interna que todos poseemos. Cuando flaquees brilla como tú sólo sabes… de este modo cegarás a los malos pensamientos y podrás proseguir tu camino.

- Hacía tiempo que no veía una noche tan estrellada. Somos afortunados.

- Ese manto de estrellas nos cubre mientras dormimos y parece susurrar: “Sueña muy fuerte y muy alto. Nos vemos allí, frente a frente”.

- ¿Te han susurrado las estrellas al oído, abuelo?

- Sí, muchas veces. La fatiga de los años no me permiten recordar momentos precisos pero sigo notando su aliento.

- ¿Tú les susurraste a ellas?

- Todos los días de mi vida. Da igual donde estuviera, nunca las olvidé. Son las guardianas de los secretos de mi corazón, allá donde quiera que él me lleve las estrellas serán mi guía.

- Sí, yo también siento el instinto de seguirlas. Cada vuelo es un nuevo reto, una inercia de llegar a lo misterioso, a lo prohibido, a lo único… me enmudece su belleza, sucumbiría ante ellas sólo por el placer de conocer sus secretos que son también los míos. En parte creo que mi trabajo es maravilloso porque rozo los sueños de mucha gente. Pilotar me da una sensación de libertad que no experimento con ninguna otra cosa. Estoy tan cerca de las estrellas y a la vez tan lejos…

- Hijo, debes aprovechar al máximo ese trabajo tuyo. Surcas el cielo de norte a sur, capitaneas el firmamento y exploras lo recóndito. Eres testigo directo de briznas de ilusiones esparcidas por el cielo… grandes quimeras humanas.

- Soy consciente, abuelo, y me siento muy orgulloso de ello.

- Tienes mucha suerte… otros, como yo, hemos desempeñado labores que nos han permitido subsistir y que se pierden en la memoria cuando llegamos a la vejez.

- Creo que te he fatigado con tanta charla… descansa un rato, después vuelvo. Cierro la ventana, ya entra frío.

- No eches la cortina.

Instantes después, en el pasillo:

- ¡No lo entiendo! Parecía tan lúcido…

- El cerebro sigue siendo una caja de sorpresas, es ese gran desconocido que no logramos entender en su totalidad.

- Estoy consternado, doctor. Por un momento pensé que había recuperado a mi abuelo: consejero, maestro, tierno, cariñoso, revelador…

- La memoria es así: a veces nos hace recordar cosas intrascendentes o lejanas, pensamientos o reflexiones y, sin embargo, olvidamos la cotidianidad y el día a día.

- La situación de mi abuelo es desoladora…

- No sea tan pesimista. Quizás él ya no recuerde como se pilota un avión pero sus sueños siguen intactos… cada viaje a las estrellas le inspiró un motivo por el que vivir. Aún hoy los conserva todos. El susurrador de sueños sigue ahí, en esa cama.

Desde el quicio de la puerta se observaba a un anciano tumbado, mirando a través de la ventana. Tenía cara de soñador… Sobre el armario una antigua gorra de aviación recordaba quien había sido. Hace años inició un camino a las estrellas, éstas en señal de agradecimiento dibujaban ahora una sonrisa en su cara…

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sábado, 3 de agosto de 2013

INFINITA VENECIA

La primera vez que la vi me di cuenta de que era más bonita que ninguna y lo sabía. Bella, misteriosa y única en el mundo: así es Venecia. Lo mío fue un flechazo a primera vista. Busqué su cobijo huyendo de abrazos rotos, ojos vacíos y labios impenetrables. Frustrado con mi vida sentimental y profesional sentía que el amanecer tenía siempre el mismo tono pálido. Quería intensidad. No me conformaba con buscar nuevos horizontes, quería rozar lo infinito…

Sobre la repisa dejé una nota que decía: “Yo sí quiero Venecia sin ti” y, con una maleta cargada de sueños, me marché.

En un viaje con billete de ida, pero no de vuelta, la exquisita Venecia me ofreció atardeceres únicos. Hay destinos que vienen con un camino predeterminado, sin embargo, hay otros en los que hay que crearlo uno mismo. Ese era mi propósito.

No sé quien encontró a quien, si la ciudad a mi o yo a ella. Me habían dicho que era una ciudad algo enferma, que desprendía mal olor y se inundaba frecuentemente. Mi alma también estaba quebrantada, mi corazón olía a desesperación y mis ojos se encharcaban a cada instante. Estábamos empatados: yo curaría a Venecia y ella me curaría a mí.

Doctor y paciente sobre góndolas que navegan sincronizadas. Así fue como me hice gondolero… Exploraría todas las arterias de la ciudad, recorrería sus vericuetos y examinaría sus órganos. Desde el Gran Canal observaba, a diario, el horizonte. Casi sentía que podía saltar a la inmensidad del firmamento, allá donde las estrellas tienen guardados todos nuestros sueños. Navegaba por los canales al mismo tiempo que volaba con mi corazón, sabía que le estaba dando alas y que ellas me llevarían a mi destino final.

Nunca llegué a saber si la enfermedad de Venecia era tan grave como se decía. Era cierto que tenía síntomas preocupantes: la marea amenazaba con arrasar la ciudad. A pesar de ello su alma estaba impoluta. Observé que la paciente tenía asumida su dolencia y que lejos de amedrentarse la desafiaba constantemente. Valiente, segura de sí misma, soberbia…en un juego entre mareas, Venecia siempre emergía. Si la ciudad perdía alguna vez el pulso al mar no se sentiría perdedora porque poseía la esencia de su alma. Venecia era única, incluso con sus rarezas, y era precisamente esto lo que la hacía diferente y atractiva a los ojos del mundo.

Saqué muchas lecciones en aquellos días. De los turistas aprendí que jamás debemos perder la ilusión y el entusiasmo por la vida. No todos los días podemos ver el atardecer desde una góndola pero sí podemos hacer cada momento único y hacer eternos muchos instantes. Los enamorados me enseñaron que la mejor letra de amor reside en el corazón de cada uno y que hay que ponerle la sintonía correcta, si no chirría. De los venecianos copié el arte de seducir y de ser seducido.

El diagnóstico de ambos estaba claro: amantes de la vida buscan sobrevivir, a pesar de numerosos achaques y contratiempos. Que nada ni nadie intente detenerlos, ni la mafia más peligrosa podrá con ellos. Por sus venas corre la fuerza del agua, esa que no se detiene y busca mares infinitos.

Abandoné la ciudad agradecido y motivado. En mi maleta un título universitario me recordaba que había llegado la hora de tratar a pacientes de carne y hueso. Me encontré a mi mismo en Venecia.

Las alas del avión rozaban ya las estrellas…

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