Era pura poesía. Rimaba con todos mis pliegues, mis pecas, mis
dobleces, mis impurezas.
Con ritmo constante, ajustándose simétricamente en todas mis
discordancias. Formando la melodía más genuina, la canción que nunca acaba, la
poesía que nadie sabe donde empieza pero que siempre acaba en mí. En mis
lunares, en mis arrugas, en mis llanuras. Llanamente, una vez más sin revés
ninguno, era poesía en estado puro. Puramente bella, puramente tierna.
Métricamente perfecto. Perfectamente medido. Desmedidamente
irreal, realmente sin sentido. Sintiendo cada rima, rimando cada sentido.
Era pura poesía, era un amor consentido.