Mientras
cogía el libro de la estantería no podía apartar los ojos de ella… ¿O era de su
libro?...
En
cuestión de segundos la biblioteca se le había quedado pequeña. Los “Cien años
de soledad” que tenía entre las manos eran el anticipo de cien mil emociones
positivas venideras. Gabriel García Márquez le quemaba la palma de la mano.
-“¿Un
café?
Deslizó
la nota al otro lado de la estantería, al tiempo que observaba su rubor para
después verla asentir. Y entonces supo que nunca más estaría solo. Ni cien años
ni un segundo.
El
libro escogido por ella, aquella tarde, también constituía el indicio de algo
importante. “No digas que fue un sueño” se repetirían el uno al otro a lo largo
de la vida.