Lo mejor de un año que termina es
que te deja anclados en la memoria multitud de recuerdos, anécdotas y
vivencias. Un año se mide por la cantidad de veces que quisieras paralizar un
minuto y las otras tantas que quisieras acelerar tu memoria para no dejar huella.
De acelerones y retrocesos está un año lleno. De travesías cortas en las que
observas el paisaje y de viajes largos en los que el paisaje te observa a ti y
lo haces tuyo.
En este 2014 he viajado por
tierra y aire. He sentido la seguridad que te da pisar tierra firme y la incertidumbre
de flotar en el aire, colgando mi destino en manos de otros. Y es que, a veces,
somos títeres pendidos en la inmensidad de un firmamento que amenaza con
estrellarnos o, por el contrario, con convertirnos en estrellas. Todos llevamos
una dentro, “sólo” hay que saber cómo hacerla brillar.
2014 ha sido un año de despegues.
He roto la barrera del sonido y del espacio y he acelerado. He escuchado cosas
que no había querido oír y me he encontrado con escenarios que hubiera
preferido que no existieran. Es lo que tiene no viajar en primera que las
turbulencias se padecen más. Pero
también he disfrutado de personas, enclaves y momentos únicos e irrepetibles. Cuando
rompes barreras…disfrutas el doble de lo que hay al otro lado.
He sido consciente de que quien
no despega no aterriza y se pierde el placer del trayecto. Me he ajustado el
cinturón de seguridad y he flotado entre las nubes, las he besado y me han contagiado
su algodón (para que la caída doliera menos). Y entre beso y beso me han
temblado las piernas de emoción. Algunos labios son tan suaves como el algodón
pero no te salvan de las caídas, ni siquiera te cogen al vuelo porque están
condenados a morir en ese instante. El error está en buscar la eternidad en lo
efímero de un momento. El error está en desabrocharse el cinturón de seguridad
en pleno viaje. El error consiste en medir los tiempos porque los viajes no se
pueden cronometrar, porque los momentos deben fluir y porque las manecillas de
los relojes rompen los paisajes cuando son sólo espejismos. No merece la pena
construir oasis en medio de un desierto.
El acierto es saber cómo aparcar
las circunstancias y acelerar los momentos sin dañar a nadie. El acierto es endulzarte
de algodón la boca, no la mente. El acierto es saber cuántas dosis de azúcar
eres capaz de soportar para no marearte en pleno vuelo.
El secreto está en disfrutar de
la peculiaridad de cada tránsito, dejarte seducir si te pueden las ganas. El
truco está en ser conscientes de que siempre habrá alguien que te haga un hueco
en su camino y que no tienes por qué hacer el trayecto sólo. El camino siempre estuvo lleno de viajeros,
elige a aquellos que pretendan llegar a tu mismo destino en ese preciso
momento.
Ya he recorrido el último
recoveco de 2014, me he saciado de su piel y me he embriagado con su perfume. En
las estrellas queda marcado este año porque hay alguien que inició su viaje a
ellas para no volver. Por esas personas que siempre están ahí, aunque no las
veamos, merece la pena vivir. Y también por esas otras que comparten tu día a
día y que son la brújula que nunca falla.
Es hora de mirar al 2015 con
ilusión, sabiendo que anuncia nuevos vuelos y nuevos paisajes. Sabiendo que los
mejores viajes están por hacerse. Sabiendo que Enero anuncia más primaveras que
nunca.
Lo mejor de un año que empieza es
que anuncia multitud de recuerdos, anécdotas y vivencias. 2015 será un año en
el que paralizaré minutos, hasta hacerlos eternos. Lo presiento, me lo
susurraron las estrellas.