Viajar es como una de esas
botellas, de arena, de colores… aquellas que todos hemos hecho alguna vez en
los trabajos manuales del colegio. Vas añadiendo capa por capa, con los colores
que más te gusten, con la intensidad que quieras resaltar. No se mezclan unos
colores con otros pero se impregnan de su tonalidad.
Viajar es tan intenso como una
paleta de color. Cada viaje es un mundo y cada mundo una vivencia.
Viajar es descubrir horizontes y
abrir los propios. Es una amplitud de miras, un querer ver más allá, una
ilusión por descubrir enclaves apasionantes y lejanos. Y sólo cuando viajamos
somos conscientes de que hay más vidas, más gentes, más costumbres… viajar nos
enriquece porque nos enseña y culturiza.
Viajar es aprender y desaprender,
descubrir y redescubrirnos, pasión y deseo. Y el deseo, a veces, nos lleva a la
adicción. Nos volvemos adictos a las maletas en un aeropuerto y a flotar entre
las nubes. Maletas a medio hacer y nuevas nubes que surcar… ese es el alma
aventurera del viajero: curiosa, insaciable, inabarcable.
Siempre habrá en mi mente una
nueva ciudad por visitar, un país al que llegar y un continente por pisar.
Viajar es como un arcoíris que
llena mi espíritu de estelas de color.