lunes, 5 de agosto de 2013

EL SUSURRADOR DE SUEÑOS

- Son bellas, ¿verdad?

- Más que nada ni nadie.

- Brillan como ellas solas porque contienen el mayor tesoro del hombre: sus sueños. Cuando cada uno de nosotros anhela algo dirige su mirada a las estrellas para que ampare este deseo. Ellas acogen los sueños humanos, les dan calor y no dejan que el destello de la ilusión se apague nunca. Si alguien se rinde y deja de luchar por aquello que desea el brillo se intensifica para que la persona reaccione. Nunca abandones tus sueños, jamás. Sólo aquel que sueña lo imposible logra hacerlo posible, no lo olvides.

- A veces somos tan derrotistas que ni la luz más cegadora nos reconduce, abuelo.

- En esos casos las estrellas se enfadan mucho, se reúnen y empiezan a batallar por la no renuncia de los sueños, es lo que aquí abajo se conoce como “lluvia de estrellas”.

- La pena es que sean inalcanzables…

- Ahí radica también parte de su magia y su misterio. Esa sensación de lejanía las hace inmortales, rozan el infinito y se proclaman eternas. Son las reinas de la noche y del día porque le dan alas al amanecer y cuna al anochecer.

- ¿Abuelo, tú has logrado cumplir todos tus sueños?

- He llevado a cabo muchos de ellos. Con tenacidad e ilusión nada está fuera de nuestro alcance.

- Admiro la perseverancia que sobrevive en tus ojos.

- Quizás sea porque la esencia de los sueños que tuve de niño se quedó a vivir conmigo y se alojó en mis pupilas. Esa inocencia infantil y la ilusión por el día a día es lo que hace que la vida merezca la pena. Siempre hay que dejarse algún sueño en el tintero, los deseos pendientes nos dan alas…

- Hace muchos años que no teníamos una conversación así, desde que yo era niño y me subías en tus rodillas a contar estrellas. Aún recuerdo tus palabras: “Para que nunca me olvides yo pintaré estrellas para ti”.

- Hijo, esa frase está más vigente que nunca. Pronto estaré ahí arriba y dibujaré los astros más rutilantes para eclipsar tu mirada. No lo dudes.

- ¿Has visto eso? ¡Una estrella fugaz!


- Un guiño del cielo: tus sueños siguen su curso, no los abandones y ellos no te dejarán a ti.

- Allí, junto a la luna, hay tres estrellas que brillan mucho… ¿Qué crees que significan?

- Probablemente alguien se está rindiendo. Las estrellas brillan con fuerza y parecen decir: “tus deseos siguen pendientes. Quítate los miedos y reluce como lo hacemos nosotras. La luz atrae a la luz”.

- A veces nos apagamos porque nos faltan las fuerzas…

- Es ahí cuando hay que encender la lucecita interna que todos poseemos. Cuando flaquees brilla como tú sólo sabes… de este modo cegarás a los malos pensamientos y podrás proseguir tu camino.

- Hacía tiempo que no veía una noche tan estrellada. Somos afortunados.

- Ese manto de estrellas nos cubre mientras dormimos y parece susurrar: “Sueña muy fuerte y muy alto. Nos vemos allí, frente a frente”.

- ¿Te han susurrado las estrellas al oído, abuelo?

- Sí, muchas veces. La fatiga de los años no me permiten recordar momentos precisos pero sigo notando su aliento.

- ¿Tú les susurraste a ellas?

- Todos los días de mi vida. Da igual donde estuviera, nunca las olvidé. Son las guardianas de los secretos de mi corazón, allá donde quiera que él me lleve las estrellas serán mi guía.

- Sí, yo también siento el instinto de seguirlas. Cada vuelo es un nuevo reto, una inercia de llegar a lo misterioso, a lo prohibido, a lo único… me enmudece su belleza, sucumbiría ante ellas sólo por el placer de conocer sus secretos que son también los míos. En parte creo que mi trabajo es maravilloso porque rozo los sueños de mucha gente. Pilotar me da una sensación de libertad que no experimento con ninguna otra cosa. Estoy tan cerca de las estrellas y a la vez tan lejos…

- Hijo, debes aprovechar al máximo ese trabajo tuyo. Surcas el cielo de norte a sur, capitaneas el firmamento y exploras lo recóndito. Eres testigo directo de briznas de ilusiones esparcidas por el cielo… grandes quimeras humanas.

- Soy consciente, abuelo, y me siento muy orgulloso de ello.

- Tienes mucha suerte… otros, como yo, hemos desempeñado labores que nos han permitido subsistir y que se pierden en la memoria cuando llegamos a la vejez.

- Creo que te he fatigado con tanta charla… descansa un rato, después vuelvo. Cierro la ventana, ya entra frío.

- No eches la cortina.

Instantes después, en el pasillo:

- ¡No lo entiendo! Parecía tan lúcido…

- El cerebro sigue siendo una caja de sorpresas, es ese gran desconocido que no logramos entender en su totalidad.

- Estoy consternado, doctor. Por un momento pensé que había recuperado a mi abuelo: consejero, maestro, tierno, cariñoso, revelador…

- La memoria es así: a veces nos hace recordar cosas intrascendentes o lejanas, pensamientos o reflexiones y, sin embargo, olvidamos la cotidianidad y el día a día.

- La situación de mi abuelo es desoladora…

- No sea tan pesimista. Quizás él ya no recuerde como se pilota un avión pero sus sueños siguen intactos… cada viaje a las estrellas le inspiró un motivo por el que vivir. Aún hoy los conserva todos. El susurrador de sueños sigue ahí, en esa cama.

Desde el quicio de la puerta se observaba a un anciano tumbado, mirando a través de la ventana. Tenía cara de soñador… Sobre el armario una antigua gorra de aviación recordaba quien había sido. Hace años inició un camino a las estrellas, éstas en señal de agradecimiento dibujaban ahora una sonrisa en su cara…

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domingo, 4 de agosto de 2013

PRÍNCIPES SOBRE RAILES

Mantenía la mirada serena. Apoyada sobre la ventana dejaba que la luz iluminara su cara. El tren avanzaba. A él le sonaba aquel rostro…. ya se habían cruzado antes sus miradas en un vagón de tren. El tren pitó y ella llegó a su destino. Él quiso decirle algo pero no se atrevió… de repente, un diminuto zapato apareció junto al asiento. Ella lo había olvidado… y él como un príncipe que busca a su Cenicienta corrió tras ella. Sonrió triunfante: había logrado despertar al “Bello Durmiente” de su letargo. Ese día comenzaba un nuevo cuento para ambos…


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sábado, 3 de agosto de 2013

INFINITA VENECIA

La primera vez que la vi me di cuenta de que era más bonita que ninguna y lo sabía. Bella, misteriosa y única en el mundo: así es Venecia. Lo mío fue un flechazo a primera vista. Busqué su cobijo huyendo de abrazos rotos, ojos vacíos y labios impenetrables. Frustrado con mi vida sentimental y profesional sentía que el amanecer tenía siempre el mismo tono pálido. Quería intensidad. No me conformaba con buscar nuevos horizontes, quería rozar lo infinito…

Sobre la repisa dejé una nota que decía: “Yo sí quiero Venecia sin ti” y, con una maleta cargada de sueños, me marché.

En un viaje con billete de ida, pero no de vuelta, la exquisita Venecia me ofreció atardeceres únicos. Hay destinos que vienen con un camino predeterminado, sin embargo, hay otros en los que hay que crearlo uno mismo. Ese era mi propósito.

No sé quien encontró a quien, si la ciudad a mi o yo a ella. Me habían dicho que era una ciudad algo enferma, que desprendía mal olor y se inundaba frecuentemente. Mi alma también estaba quebrantada, mi corazón olía a desesperación y mis ojos se encharcaban a cada instante. Estábamos empatados: yo curaría a Venecia y ella me curaría a mí.

Doctor y paciente sobre góndolas que navegan sincronizadas. Así fue como me hice gondolero… Exploraría todas las arterias de la ciudad, recorrería sus vericuetos y examinaría sus órganos. Desde el Gran Canal observaba, a diario, el horizonte. Casi sentía que podía saltar a la inmensidad del firmamento, allá donde las estrellas tienen guardados todos nuestros sueños. Navegaba por los canales al mismo tiempo que volaba con mi corazón, sabía que le estaba dando alas y que ellas me llevarían a mi destino final.

Nunca llegué a saber si la enfermedad de Venecia era tan grave como se decía. Era cierto que tenía síntomas preocupantes: la marea amenazaba con arrasar la ciudad. A pesar de ello su alma estaba impoluta. Observé que la paciente tenía asumida su dolencia y que lejos de amedrentarse la desafiaba constantemente. Valiente, segura de sí misma, soberbia…en un juego entre mareas, Venecia siempre emergía. Si la ciudad perdía alguna vez el pulso al mar no se sentiría perdedora porque poseía la esencia de su alma. Venecia era única, incluso con sus rarezas, y era precisamente esto lo que la hacía diferente y atractiva a los ojos del mundo.

Saqué muchas lecciones en aquellos días. De los turistas aprendí que jamás debemos perder la ilusión y el entusiasmo por la vida. No todos los días podemos ver el atardecer desde una góndola pero sí podemos hacer cada momento único y hacer eternos muchos instantes. Los enamorados me enseñaron que la mejor letra de amor reside en el corazón de cada uno y que hay que ponerle la sintonía correcta, si no chirría. De los venecianos copié el arte de seducir y de ser seducido.

El diagnóstico de ambos estaba claro: amantes de la vida buscan sobrevivir, a pesar de numerosos achaques y contratiempos. Que nada ni nadie intente detenerlos, ni la mafia más peligrosa podrá con ellos. Por sus venas corre la fuerza del agua, esa que no se detiene y busca mares infinitos.

Abandoné la ciudad agradecido y motivado. En mi maleta un título universitario me recordaba que había llegado la hora de tratar a pacientes de carne y hueso. Me encontré a mi mismo en Venecia.

Las alas del avión rozaban ya las estrellas…

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